La superheroína del traje blanco

· Saimatha fue una de las primeras apadrinadas de la Fundación Vicente Ferrer; hoy, casi 50 años después, salva vidas ejerciendo como enfermera en el hospital de Bathalapalli

· Fue un bebé prematuro y casi pierde la vida en sus primeros días: “Mi labor en la unidad de ginecología es atender y velar por la salud y seguridad de las madres y los recién nacidos”
Saimatha en la puerta del hospital de Bathalapalli
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Escapar del hambre. Destino: Anantapur.

Sin tierras, sin casa, y sin trabajo estable. Los padres de Saimatha tuvieron que emigrar en busca de prosperidad y sentar las bases de un nuevo comienzo. Destino: Anantapur. Para más inri, su hija menor, Saimatha, había llegado al mundo dos meses antes de lo previsto. Sin una buena atención médica, las esperanzas de que el bebé sobreviviera eran escasas, sin embargo, la pequeña se aferró a la vida: “Supongo que mi yo de bebé no quería perderse todo lo que estaba por venir”, explica Saimatha mientras se ríe. 

Sus primeros pasos fueron en uno de los barrios más vulnerables de la ciudad. Entre juegos, la preocupación que unos padres trataban de ocultar. 

Una visita inesperada, “sister”.

Una mañana normal para la familia de Saimatha. Su madre, experta en el arte del´multitasking´, – como la gran mayoría de las madres del mundo – tendía la ropa mientras hacía la comida y dejaba listo cada rincón de la casa. El padre se preparaba para salir en busca de trabajo observando a su hija con el rabillo del ojo, evitando que se alejara mucho o hiciera alguna travesura. 

De repente… “toc, toc, toc”. Alguien llamó a la puerta. Saimatha entró rápidamente en la casa. “No estábamos acostumbrados a recibir visitas”, añade. “Nos quedamos embobados cuando abrimos la puerta”. 

Por aquel entonces – hace ya más de 50 años– Anna y Vicente Ferrer llegaron a Anantapur. Antes de que se pusieran los cimientos de lo que hoy es la Fundación, Anna visitaba los suburbios más vulnerables de la ciudad para conocer de primera mano su situación. “A partir de aquel día comencé a llamarla “sister”. Llegó a nuestra casa y nos hizo creer que nuestro futuro sí podría cambiar. Que era posible. Nos dio su palabra. A día de hoy puedo asegurar que la cumplió, vaya si la cumplió…”, cuenta Saimatha al recordar con nostalgia ese momento.

Un sueño palpable: ¡Quiero ser enfermera!

Ha llovido mucho desde 1979. Saimatha, lo recuerda como si fuera ayer. La labor de la Fundación Vicente Ferrer en el sur de la India se había consolidado. Sus padres encontraron trabajo y ella fue una de las primeras apadrinadas. Un giro de 360 grados para una familia que años atrás veía el futuro con miedo e incertidumbre. Con una educación asegurada, fue el turno de Saimatha, “para escribir mi propia historia sabía que el mejor vehículo era la escuela. ¡A estudiar!”, bromea.

Saimatha en sus inicios en la escuela
Una joven Saimatha entusiasmada en su etapa escolar / FVF ©

No sabía muy bien a que quería dedicarse. Son muchos los caminos que llevan a Roma, y Saimatha, aún sabiéndolo, quería encontrar una pasión verdadera. Cuando las campanas del recreo retumbaban las paredes de las clases, una marabunta de chicas y chicos se dirigía rauda y veloz hacia la zona del recreo. “Recuerdo que un día, llevaba puesta una prenda blanca”. Una voz se alzó a la del jaleo reinante: “¡Oye! Qué bien te sienta el blanco, pareces una enfermera”. Y como si de una flecha se tratara, esa frase se clavó en el pensamiento de Saimatha. “Ahí empecé a interesarme por la enfermería. Lo de cuidar de los demás era un ideal que me llenaba por dentro”, asiente. 

Esa idea se acabaría de moldear tras recibir malas noticias. Su madre cayó enferma. Escondida tras una cortina podía ver como un equipo sanitario trataba de curarla. Su kit, las inyecciones, los procedimientos que seguían… esa atmósfera reavivó aún más su llama interior. “Gracias a los sanitarios de la Fundación, mi madre mejoró… yo también quería hacer eso. Ya no había dudas”. Pero no sería fácil. 

Una rosa con espinas

Lo que parecía idílico no tardaría en torcerse. Cuando Saimatha estudiaba décimo curso se casó. “Mi matrimonio enfrentaba grandes problemas. Yo quería vivir mi vida, sin imposiciones. Cuando vi que no tenía salida volví a hablar con “sister” – Anna Ferrer. No dudó en volver a tenderme la mano y me ayudó para poder cursar los cursos de enfermería. Lo que yo tanto ansiaba hacer. Valerme por mí misma”, dice en un tono decidido. No quería ser una mujer que se limitase a ejercer el rol que le imponían; y encontró la manera de esquivar esa bala. 

Clavó los codos y se empapó de las formaciones. En 2002 acabó su formación y en al año siguiente comenzó a trabajar en el hospital de la Fundación en Bathalapalli. 

La superheroína del traje blanco

Se mantiene firme, revisa un par de informes y se dirige a las habitaciones para cuidar a sus pacientes. Saimatha es ya una enfermera veterana, con galones y que ha contribuido de manera exponencial a mejorar la vida de las personas más necesitadas. “Llevo 20 años ejerciendo. He pasado por muchas consultas, he podido trabajar y aprender de grandes profesionales. Echo la mirada atrás y no me puedo creer que esté aquí. Para mí sigue siendo un sueño”, comenta orgullosa. 

Saimatha con una paciente en el hospital de Bathalapalli
Saimatha pasando consulta a una mujer embarazada en la unidad de ginecología del hospital de Bathalapalli / Katia Álvarez 

Ella fue un bebé prematuro. Vio la luz por primera vez a los siete meses y en sus primeros días de vida experimentó muchas complicaciones que la pusieron en un grave riesgo. “Ahora estoy en mi mejor momento. Trabajo en la unidad de ginecología y me aseguro de que no les falte de nada a las madres y a sus recién nacidos. Para mí es una bonita manera de devolver todo lo que me ha sido dado”, argumenta. 

Gracias a profesionales como Saimatha, el hospital de Bathalapalli se ha convertido en un referente para un gran número de personas. “Mucha gente viene de lejos sabiendo que aquí los cuidaremos y les trataremos de la mejor manera”. La avisan por megafonía, debe seguir con su trabajo. Mientras haya gente por curar, detrás siempre va a haber una enfermera para cuidarlo. 

Antes de desaparecer entre el bullicio de los pasillos, se gira para alegar que “estoy eternamente agradecida por toda la ayuda que se me ha brindado. Sin ella, ahora mismo no estaría aquí”, saluda con fuerza y se va. 

Saimatha es una orgullosa madre de dos hijos, a los que les ha inculcado sus valores y les ha remarcado la importancia del estudio como catapulta para alcanzar cualquier meta. El mayor está estudiando ingeniería electrónica a través de una beca de la Fundación y el pequeño está cursando para obtener el graduado escolar en Anantapur. 

El poder de la educación. 

 

Texto: Josep Romaguera | Foto: Katia Álvarez