El humanismo, según Vicente Ferrer
El pensamiento de Vicente Ferrer se fundamenta en el humanismo y hace una llamada muy directa a la responsabilidad que tenemos de actuar para crear una sociedad más compasiva. “Todos –nos dice- estamos llamados a intervenir para remediar el sufrimiento de la humanidad, herida mortalmente por la pobreza”. Sus reflexiones sobre la condición humana y este mundo son actuales y muy necesarias, sobre todo cuando nos encontramos frente a un preocupante incremento de las desigualdades sociales a nivel global y una profunda crisis de valores. Sus palabras, sin duda, pueden inspirar a los más jóvenes a sumarse al movimiento a favor de la igualdad y la dignidad que todos los seres humanos merecen.
Vicente Ferrer es más conocido por liderar una extraordinaria transformación social a favor de los más pobres, que por su pensamiento. No obstante, profundizar en su manera de ver e interpretar el mundo nos puede ayudar a comprender qué le empujó a dejarlo todo de lado –incluida su vida espiritual- para dedicarse a la acción por los demás.
Creer en las personas, en su capacidad de acción y cambio es el primer pilar de su pensamiento, que expresa todo el potencial de libertad y creatividad del que es capaz el ser humano. “Sin el hombre –afirma-, el Universo estaría vacío y carecería de sentido”.
Vicente Ferrer no solo establece que la prioridad son las personas, sino que, como buen humanista, se considera responsable del mejoramiento de todo lo que tiene que ver con el ser humano, con el mundo en general y con su propio ser. “Debes transformar el mundo con tus propias manos. Debes transformarte a ti mismo”.
Tanto es así que, en él, la convicción de transformar la sociedad se convierte en un asunto acuciante –totalmente inaplazable- ya que su mirada se dirige al absurdo más grande que puede existir: la pobreza.
El siglo XXI representa, probablemente, la última oportunidad que tenemos para acabar con la mayor enfermedad de la humanidad, que es la pobreza.
En paralelo, siempre bajo el paraguas de los ideales del humanismo, Vicente Ferrer mantiene un pulso constante consigo mismo puesto que se sitúa frente a estas dos fuerzas: la mirada interior y la vida como acción. De ahí que llegue a definirse a sí mismo como “un hombre contemplativo en la acción”.
La primera fuerza nace del instante en el que experimenta en su propia piel el “sufrimiento del otro”. “¿Por qué lloramos por los otros?, ¿Por qué los sufrimientos de los demás resuenan en nuestro ser, en lo más profundo de nuestra alma, atravesándonos como una espada?
La segunda fuerza nace de la conciencia y le empuja, sin que pueda siquiera evitarlo, a la acción porque “el sufrimiento no está para ser entendido sino para ser resuelto”.
Vicente Ferrer llama a este segundo instante la “rebelión humana”.
La rebelión humana
Nos situamos en el año 1957 en las montañas de Kodaikanal, en el estado de Tamil Nadu, en la India, en el último año que dedica a los estudios de Teología. Como el resto de sus compañeros, durante este período, se entrega por completo a la vida espiritual:
"En Kodaikanal entramos en una vida de estudio, meditación, oración y ascesis. Todos estábamos impregnados de una corriente espiritual muy seria. Pero a mí me pasó una cosa muy rara. Sin saber muy bien por qué, empecé a ir a contracorriente. Desde la altura de aquellas montañas, mis ojos podían atravesar horizontes y ver la India entera. Y veía el sufrimiento del pueblo indio, los pobres. Millones de personas, materialmente pobres, socialmente pobres. No sufrían por falta de religión, sino por el incierto pan de cada día. Llamé a ese cambio de rumbo “la rebelión humana”. Es la primera rebelión, social, humana, nacida del espíritu. La toma de conciencia de la necesidad de participar en la lucha de la humanidad que sufre, el descubrimiento de la vida como acción".
“No quiero leer más libros, ni rodearme de teorías y misticismos –sentencia entonces-. Lo que tengo que hacer es pasar a la acción”. A partir de este momento, el valor de actuar se convierte en el segundo pilar de su razonamiento, núcleo al que regresa con distintas reflexiones encaminadas a favorecer la acción por los que padecen. Y su humanismo se torna combativo.
Pese a las dudas que genera la irracionalidad del mundo actual, Vicente Ferrer no se rinde. Y nos sorprende con su visión optimista de la humanidad, que camina con un objetivo muy concreto. “Mi confianza en la humanidad, buena por naturaleza, me permite augurar un futuro heroico y esperanzador”. Pero insiste que, antes, la sociedad debe lograr convertirse en una verdadera humanidad.
Hay multitud de causas que piden a gritos nuestra ayuda. Es indispensable que nos impliquemos. Tenemos que ser miembros activos de esta sociedad, empujarla a que progrese humanamente. Debemos aportar nuestro esfuerzo en nuestro largo camino de borrar de nuestra sociedad todos los restos de inhumanidad que aún quedan en todos los niveles y dimensiones humanas.
La influencia de la India
El razonamiento de Vicente Ferrer transita por los polvorientos caminos de la India de Gandhi, país en el que desembarca como misionero de la Orden de los Jesuitas en 1952, cinco años antes de que se desencadene la “rebelión humana”, y que ejerce una influencia fundamental en su visión del mundo.
La India –escribe- me ha dado muchas cosas. Haber vivido en la India ha significado llenar los vacíos de la filosofía y las religiones. La primera lección me la dio poco después de haber llegado, cuando tuve ante mi la imagen de la inmensidad de la gente: millones de hinduistas, musulmanes y budistas, todos ellos profundamente creyentes, y yo intentando bautizarlos. Me di cuenta que esos hombres y mujeres morían en los campos sedientos de agua y me pareció más urgente poner remedio a eso, que no a la vida contemplativa o a la estadística de bautizos. Más tarde aprendí que ante la pobreza existe una lógica aplastante: dar pan al que se muere de hambre. El resto puede venir después.
En esta tierra sin esperanza, Vicente Ferrer aprende a desprenderse de ideologías y religiones. Siembra la semilla de lo que acabará siendo la “revolución silenciosa”: un movimiento pacífico que lidera junto a las empobrecidas familias campesinas del sur del país. La revolución que empieza a caminar sobre los cristales rotos para dar voz a quienes durante siglos se ha obligado a permanecer sin voz. Y el sigilo finalmente se rasga para que el grito de los desamparados pueda ser escuchado. Nadie camina solo.
El corazón como guía
Dotado de un gran sentido común y del humor, el discurso de Vicente Ferrer también se detiene en el corazón del ser, aquello que late dentro de cada persona, la herramienta más poderosa de la que estamos dotados y que debemos aprender a utilizar si queremos vivir una vida plena:
En realidad, el ser humano lo sabe todo pues la ley de la vida está escrita en su ser. No necesita estudiar mucho para saber cómo tiene que comportarse día a día, qué conducta debe seguir. Su corazón es el instrumento adecuado para actuar en el mundo. Claro que, habrá algunos corazones que, como les pasa a algunos relojes, se han parado y necesitan pasar por el taller.
En ocasiones, el humanismo de Vicente Ferrer llega tan lejos como para definir a las ONG –organizaciones no gubernamentales- como las genuinas herederas del humanismo:
Más allá de diversas ideologías o creencias, a las ONG nos une el impulso espontáneo de compasión que nos lleva a intervenir. Esta inspiración, común a todos los seres humanos, limpia de cualquier otra motivación, es el alma humana en estado puro, tal y como es antes de ligarla a cualquier forma de ideología. Es, en definitiva, el humanismo.
Esta reflexión, en concreto, inspira una forma de trabajar específica que marca un antes y un después en el campo del desarrollo. Lo que en un principio puede parecer una utopía inalcanzable, incluso un loco empeño de acabar con la pobreza extrema, se convierte en lo que es hoy un gran proyecto sólido y eficaz: la Fundación Vicente Ferrer.
Los valores del humanismo, concretados en la profunda preocupación por todos aquellos que no pueden vivir una vida plenamente humana, siguen muy presentes en la organización y forman parte del día a día de las personas que la integramos.
La voz de Vicente Ferrer es actual, representa la dignidad y la esperanza de un futuro mejor pues nos anima a tomar las riendas de nuestra propia vida para hacernos responsables de nuestro deber ineludible de intervenir a favor del bien.
Ayuda, inspira, da amor. El sentido de la vida está aquí y nada más