Escuelas en manos de la comunidad

Post de: Chandrasekhar Naidu
© Juan Alonso/FVF
© Juan Alonso/FVF

Una de las transformaciones más impactantes que hemos vivido en Anantapur en los últimos 50 años ha sido en el campo educativo. En 1969, cuando la Fundación Vicente Ferrer (FVF) comenzó a trabajar con las comunidades más vulnerables de la India, solo uno de cada diez niños llegaba a matricularse en la escuela. La gran mayoría acababa abandonado los estudios durante los primeros cinco años de escolarización para trabajar y contribuir en el sustento de sus familias. Tenían la arraigada creencia que la educación no era para ellos, que era un derecho ajeno, accesible solo para las personas de los estratos más altos de la sociedad.

Es por eso que la educación se convirtió en uno de los ejes principales de intervención de la FVF. El primer objetivo fue garantizar la matriculación de todas las niñas y niños en las escuelas del Gobierno. Sin embargo, pronto se identificaron problemas paralelos que frenaban el avance académico del alumnado. Clases sobrecargadas, escasa atención por parte del profesorado y un entorno familiar con altos índices de analfabetismo eran otras de las causas del alto abandono escolar.

La necesidad de organizar clases de refuerzo era imperante y, a falta de maestros, la Fundación propuso a la gente de las aldeas que escogieran a una persona de su comunidad que hubiera ido a la escuela o hubiera estado escolarizada algunos años para que trabajara como docente. Así, el nuevo profesorado rural estaba formada por costureras, propietarios de tiendas... que ejercían de profesores como un trabajo de media jornada. El éxito de las escuelas de refuerzo empezó a ser evidente. Se incrementó el número de matriculaciones, así como en el número de alumnas y alumnos que completaban la educación primaria, y muchos de ellos conseguían entrar en escuelas residenciales del gobierno para estudiar secundaria.

© Ramon Serrano/FVF
© Ramon Serrano/FVF

Pero a pesar de la implicación de la comunidad, las escuelas de refuerzo se administraban completamente a través de la FVF. Nosotros queríamos que las familias se comprometieran en la alfabetización de sus hijas e hijos participando de forma activa en el proceso. A partir de esa idea creamos un modelo de educación gestionado por la comunidad que se instauró en todos los pueblos en los que trabajaba la organización.

Años después, son ahora las familias y los Comités de Desarrollo de la Comunidad (CDC), una organización local constituida por seis mujeres y seis hombres elegidos por la asamblea del pueblo, que dirigen exclusivamente las escuelas de refuerzo. Se encargan del correcto funcionamiento y mantenimiento de la escuela, recolectando las contribuciones para pagar el salario del profesor, evaluando la calidad de la enseñanza o controlando que ninguna niña o niño se quede sin ir a la escuela. Se preocupan también por la salud y bienestar del alumnado, identificando casos que necesitan atención y refiriéndolos a los correspondientes sectores de la Fundación o a escuelas especializadas para personas con discapacidad.

Aquellas comunidades que hace décadas no tenían acceso a la educación, ven ahora como las nuevas generaciones van a la universidad y se convierten en maestros, médicos o ingenieros. Saben que estudiar es la clave para su desarrollo y han comprobado que solo necesitan organizarse para conseguirlo.